Había una vez un rayo de luna. Su plateada forma revelaba
que había brillado tantas noches como le correspondía y, aunque su intensidad
variara, nunca se había rendido ante la oscuridad. Tocaba ya a su fin su última
noche y era ésta en verdad hermosa. El cielo despejado estaba cuajado de
estrellas que impacientes esperaban la llegada de su hermano estelar, mientras éste pacientemente observaba con nostalgia y cariño el lugar que había ocupado
durante su vida y repasaba
con cautela el mundo que dejaba atrás. La hora de partir se aproximaba, y
ello se reflejaba en el horizonte, que tímidamente comenzaba a clarear.
Pensaba que, pese a todo lo que había observado a lo largo
de su vida, verdaderamente se trataba de un mundo hermoso. Había contemplado en
él seres de toda clase y condición, existencias que aunque presentaran diversas
formas no recorrían un camino distinto del suyo, y de esta forma siempre había
visto a aquellos seres como compañeros de viaje, con los que a veces
conversaba. Eran otros rayos de luna, unos fugaces, otros radiantes, casi
cegadores. Algunos habían reparado en su presencia e incluso habían llegado a
forjar lazos entre ellos, otros, simplemente pasaban de largo sin detenerse más
que la milésima parte de un instante.
El sol asomaba ya la cabeza por entre las montañas, y su
resplandor parecía impaciente por sustituir la última noche de nuestro rayo. El
pedazo de luna sonrió ante la presencia de su sustituto y se permitió
disolverse entre su fulgor, que transformaba el añil de su pasado en una amplia
gama de rojizos tonos. Los colores también despertaban y el mundo comenzaba a
entreabrir el fluir de sus habitantes. El rayo de luna volvió le dirigió una
última mirada de cariño y concluyó que, pese a todo, se sentía feliz de haber
podido iluminar, aunque hubiera sido un poco, aquel lugar. Y terminada su breve
despedida, se confundió con el primer rayo de sol, el cual estalló en el mundo
como el llanto de un recién nacido, trayendo consigo un nuevo día y enviando lo
que quedaba del rayo de luna al lugar que le correspondía entre sus hermanas
las estrellas.
Irene, 2015.
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