He aprendido que la felicidad son pequeñas rachas de sol en medio de la tormenta. Que nadie puede prometerte la felicidad eterna. Que a veces te enfadas con los que más quieres, y no pasa nada. Que no hace falta que estés siempre de acuerdo con alguien para quererlo con locura.
He aprendido que igual que decimos hola, también hay que decir adiós. Que a veces cuando pierdes, ganas; y a veces cuando ganas, pierdes. Que no pasa nada por fracasar. Que a veces simplemente hay que intentarlo una vez más.
He aprendido que el dolor pesa menos en compañía, pero que hay caminos que hay que recorrer solo.
He aprendido que allá donde vaya siempre llevaré conmigo las huellas de quienes creen en mí, y también las de los que no.
He aprendido a no buscar explicación a ciertas cosas, a simplemente aceptarlas como vienen. Otras, he aprendido a cuestionarlas. También he aprendido que la vida está hecha de continuas contradicciones, de nuestras historias, de las historias de todos; que somos como los granos de arena que fluyen con las olas, arrastrados inevitablemente por una corriente que no pueden controlar. He aprendido a adaptarme a los cambios, en especial a los que no se pueden asimilar.
He aprendido, no sin cierto esfuerzo, a perdonar, sobre todo a mí misma. He aprendido a pedir perdón.
He dicho más adioses que holas.
He conquistado montañas y traspasado valles de tristeza.
He aprendido que sigo aquí, que aquí seguimos todos. Y lo más importante: que la vida sigue, y no se detiene por nadie. Que la vida no se espera, se vive.
Y, por último, aprendí que aún me queda mucho por aprender.
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