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El valle del miedo

¡Hola! 
Llevaba ya un tiempo proponiéndome escribir un relato de terror por estas fechas. Pretendía subirlo el mismo día 31, pero entre unas cosas y otras me fue imposible. En cualquier caso, aquí lo tenéis por fin, aunque sea algo tarde. 
Espero que disfrutéis al leerlo tanto o más que yo al escribirlo. 
Un abrazo, 
Irene 

                                                                                                                                                            

EL VALLE DEL MIEDO

Tras las montañas de Escocia se halla oculto un pueblo cuyo nombre no se pronuncia. Está mal comunicado con el exterior y su población es escasa, pero no es esto lo que infunde tanto temor, sino la leyenda que se cierne sobre él como la niebla que siempre lo cubre; la misma historia que Noah Moore, periodista en ciernes, se disponía a registrar y cuya veracidad planeaba someter a su escéptico juicio. No se le escapaba que el verdadero motivo por el que su jefe le había autorizado a hacer aquel viaje había sido librarse de él, pero albergaba la esperanza de que aquel artículo le valiera al fin la columna que tanto ansiaba, incluso aunque esta resultara ser solo mensual.
El trayecto desde Londres no había estado exento de imprevistos y accidentes que una persona más supersticiosa hubiera interpretado como malos augurios. Pero no así Noah, que era un acérrimo creyente de que no había suceso que no tuviera una explicación racional. Por ello, los contratiempos no le impidieron fantasear con la idea de que aquel viaje sería decisivo para impulsar su carrera.
Su ánimo comenzó a decaer al llegar a Edimburgo, donde se vio obligado a ir saltando de un autobús o un tren a otro, siéndole cada vez más difícil encontrar aquellos que le condujeran a su destino. El itinerario de viaje que le habían facilitado desde la revista no le sirvió para nada llegado a aquel punto. En algunas ocasiones había asistido desesperado a gestos de confusión e incluso de incredulidad cuando preguntaba por el pueblo al que se dirigía.
Logró recobrar el aliento cuando al fin consiguió dar con un hombre que viajaba en la misma dirección. En tal situación se veía que aceptó sin dudar subirse a la furgoneta de este, a pesar de que su carácter y su aspecto incitaban a lo contrario. Transcurrió el resto del viaje sin que ninguno de los dos intercambiara apenas palabras. Si el hombre se sorprendió de que un muchacho tan joven se interesara por aquel pueblo dejado de la mano de Dios, no dio muestras de ello. Noah ni siquiera llegó a saber su nombre. El viaje a través de las montañas era tortuoso, las carreteras eran estrechas y apenas recibían mantenimiento. El periodista sintió un gran alivio cuando al fin vislumbró en la distancia el pueblo.
Estaba situado en un valle entre montañas, y sobre la espesa niebla se alzaban mínimamente los tejados de las viviendas. Era un pueblo de ganadería y labranza que en absoluto ofrecía el aspecto que sugería su leyenda negra. Unas fuertes lluvias habían bloqueado el acceso por carretera, de modo que Noah se vio obligado a apearse del vehículo y continuar a pie. Al despedirse del hombre de la furgoneta, le pareció que en su mirada se traslucía una cierta compasión, pero no le dio importancia y continuó su camino.
Llegó al hostal cubierto de barro hasta las rodillas, y agradeció profundamente el consuelo de un baño y comida calientes. Aquel fue el único descanso que se permitió. Quiso comenzar cuanto antes con su investigación, y se lanzó a las calles libreta en mano con la intención de encontrar lugareños a los que entrevistar. Sin embargo, pronto descubrió que en aquel pueblo los forasteros no eran bien recibidos, mucho menos aquellos que aparecían haciendo preguntas que a todas luces les resultaban incómodas. Ya comenzaba a desanimarse de nuevo y se planteaba regresar al hostal, cuando se topó con una anciana que a media voz le instó a entrar en su casa.
Era la primera persona que encontraba tan receptiva aquel día, y se dijo que no tenía nada que perder. La mujer era ciega, pero se desenvolvía con sorprendente soltura. Las paredes de su casa estaban cubiertas por estanterías cuyos anaqueles se hallaban abarrotados de objetos extraños y botes con plantas de cuyos nombres Noah jamás había oído hablar.
La anciana comenzó a hablar sin darle tiempo a formular sus preguntas, y el joven la escuchó por mera educación, un tanto decepcionado por que solo pretendiera relatarle la historia que él ya sabía. No obstante, al final regresó al hostal con buen sabor de boca, pues había añadido nuevos detalles que desconocía a la leyenda.
La noche llegó, y con ella, la promesa de un merecido descanso que Noah no pudo disfrutar. El edificio era viejo, y continuamente llegaban a sus oídos el crujir de la vieja madera y el quejido de las tuberías. Además, alguien debía haber montado una reunión en el piso de abajo, porque no oía más que voces procedentes del mismo. Al final no pudo aguantarlo más y decidió bajar a protestar por el ruido, pero cuando llegó al pie de las escaleras se quedó petrificado. La estancia estaba completamente vacía y en silencio, iluminada únicamente por la fantasmagórica luz que las farolas proyectaban entre la niebla. Lo achacó a un producto de su mente medio dormida y regresó a la cama, autoconvenciéndose de que lo había soñado.
El día siguiente no fue mejor. Los habitantes del pueblo seguían sin querer hablar con él, lo que terminó de decidirle a llevar a cabo lo que había estado pensando el día anterior. Regresó al hostal, se echó la cámara al cuello y, tras varios intentos frustrados, finalmente encontró el lago. Era más grande de lo que se había imaginado, y al contemplar sus tranquilas aguas no pudo evitar que las palabras de la anciana resonaran en su cabeza. La niebla se disipaba a orillas del lago, como si temiera tocar su superficie. No le costó mucho encontrar la horca. Estaba semihundida y apenas era ya un triste palo que ascendía sobre las aguas, pero no le cupo duda.
Colocó el ojo en el visor de su Canon y disparó. Pasó gran parte de la mañana dando vueltas por el lago y sacando fotos. Aunque la niebla confería al paisaje una cierta aura de misterio, lo encontró mucho más corriente de lo que se esperaba. Siguió inspeccionando cada rincón del lugar, y solo se detuvo para comerse un bocadillo. Regresó al hostal cuando el sol ya casi se había ocultado, sintiendo dolorida cada parte de su cuerpo a causa del cansancio.
Subió directamente a su habitación, sin cenar, y se tiró sobre la cama cámara en mano, dispuesto a revisar todas las fotos que había realizado en busca de alguna que pudiera resultarle de utilidad para su artículo. No tenía ni idea de por dónde empezar y la desagradable sensación de que estaba dando palos de ciego no le abandonaba. Las observó al detalle, ampliándolas todo lo posible en un intento desesperado por encontrar algo que le permitiera salvar aquel bloqueo. Fue en una de esas ocasiones cuando vio la sombra. Era una silueta recortada contra la niebla. Repasó todas las fotos y la halló en otras muchas, hasta que finalmente encontró una en la que sus rasgos parecían más distinguibles. Puso el zoom al máximo y entrecerró los ojos. Parecía un hombre de edad avanzada y estaba mirando directamente hacia él. Un escalofrío le recorrió la columna de parte a parte.
Estaba tan concentrado en aquella tarea que por poco se cayó de la cama cuando un grito desgarrador perturbó la tranquilidad de la noche. Con el corazón latiéndole tan fuerte que parecía a punto de salírsele por la boca, apoyó la oreja contra la pared. En la habitación de al lado había una fuerte discusión, y una mujer suplicaba y lloraba. Sin detenerse a pensar en lo que hacía, salió corriendo al pasillo, gritando que llamaran a la policía. Cuando logró abrir la puerta de un empujón, los gritos cesaron de golpe. Tardó unos segundos en darse cuenta de que la habitación estaba completamente vacía. Es más, los muebles y el suelo estaban cubiertos por una fina capa de polvo, dejando latente que hacía tiempo que nadie entraba allí. Sobre la puerta había una placa en la que se hallaba inscrito un nombre que le resultó terriblemente conocido: Anne Marie.
Nadie había acudido a su llamada, y dado que la propietaria vivía en la casa de al lado, dedujo que estaba solo en el hostal. Aquello, lejos de tranquilizarlo, le sumió en un estado de alerta que le impidió conciliar el sueño.
Cuando los primeros rayos del sol clarearon el cielo, se levantó y abandonó el edificio, sin desayunar. Fue a buscar a la anciana, pero no parecía estar en casa, y si lo estaba, no quiso abrirle. Lo siguiente en lo que pensó fue en el hombre de las fotos. Se dirigió hacia el lago, decidido a encontrarlo, a no dejarle marchar hasta que hubiera contestado a todas sus preguntas.
Lo halló sentado en la orilla del lago, como si hubiera estado esperándolo desde el día anterior. Todos sus sentidos estaban en alerta, y una voz interior le repetía una y otra vez que debía abandonar el pueblo. Pero hizo caso omiso y se sentó a su lado, en silencio. No pensaba irse con las manos vacías, no iba a presentarse ante su jefe derrotado, siendo el fracasado que todos le habían considerado siempre. Por eso hizo acopio de valor y atosigó con un sinfín de preguntas a aquel hombre. Este le desveló un nuevo secreto, un nuevo detalle que alimentaba la leyenda del pueblo. Durante el día, aquel lago no parecía distinto de cualquier otro. Sin embargo, por la noche, la luz de la luna no se reflejaba en su superficie. Se decía que el antiguo pueblo aún continuaba en el fondo, y que este era el motivo por el que ni el astro nocturno ni la niebla osaban acercarse al lago. Tampoco lo hacía nadie de la zona. Noah le dio las gracias y regresó al hostal.
Por el camino, tomó una decisión. Tenía que regresar a Londres. Agacharía la cabeza y aguantaría el chaparrón de la vergüenza. Ya surgiría una nueva oportunidad, ya habría otros artículos que impulsaran su carrera. Pero si permanecía un día más en aquel lugar, estaba seguro de que perdería el juicio. Conforme iba avanzando por las calles, la niebla se volvía más y más espesa, hasta tal punto que ya no era capaz de verse las manos si estiraba los brazos. Vagó sin rumbo, confiando en encontrarse con alguien o llegar al hostal pronto.
Entonces, una luz llamó su atención. Le pareció que procedía de una muchacha pelirroja que sujetaba una linterna, y esperanzado por aquella visión echó a correr hacia ella. La joven no se volvió ni al oír sus gritos. Cuando quiso darse cuenta, estaba de vuelta en el lago y ya era noche cerrada. Una noche de luna llena cuya luz no se reflejaba en el agua. La superficie del lago parecía un agujero negro hacia el que la chica se dirigía con paso lento pero firme. Cuando ya tenía medio cuerpo sumergido, Noah reaccionó.
Corrió hacia ella, pero cuando llegó a su lado solo abrazó el aire. La visión había desaparecido, y él estaba dentro de aquel lago de oscuridad.
Sintió un fuerte tirón de la pierna que lo hundió. Braceó desesperado, incapaz de ver qué era lo que lo retenía, hasta que consiguió asomar la cabeza y coger aire. Pataleó hasta liberarse y, entonces, vio la linterna de la muchacha flotando a la deriva. La agarró y volvió a sumergirse, buscando frenéticamente a la joven que, estaba seguro de ello, luchaba por su vida en algún lugar del lago. Buceó hasta que ya casi no le quedó aire en los pulmones. La luz no le permitía ver más allá de unos centímetros, pero en cierto momento le pareció distinguir la silueta de una iglesia. Se disponía a ascender para recobrar el aliento cuando de pronto volvió a sentir un agarre en la pierna. Dirigió hacia allí la linterna, revelando una mano fina, delicada y blanca como la leche.
La muchacha, completamente desnuda, le observaba con una sonrisa siniestra en los labios. Soltó una exclamación y sintió cómo el peso del agua aplastaba sus pulmones mientras se hundía irremediablemente en las profundidades del lago, para nunca regresar.

****
Hace muchos, muchos años, había un pueblo perdido tras las montañas de Escocia. Sus habitantes eran conocidos por su fanatismo religioso, y en nombre de Dios habían cometido atrocidades innombrables. Nació en aquel pueblo una joven pelirroja a quien sus padres pusieron el nombre de Anne Marie en honor a su difunta abuela, una curandera a quien habían acusado de brujería tiempo atrás. Durante años trataron de esconder el color de su pelo y vivieron en paz quince años antes de que alguien descubriera su secreto. La palabra «bruja» no tardó en salir a colación. Instigados por el párroco de la iglesia, los habitantes asaltaron la casa de la familia en plena noche. Cuando sus padres trataron de protegerla, los mataron frente a sus ojos. Enloquecida por el dolor, se lanzó a atacar con uñas y dientes a los asesinos, pero todo fue en vano. La joven pelirroja fue condenada a la horca, maldiciendo al pueblo entero antes de morir.
Unas noches después del trágico suceso, comenzó a llover, tanto que los ríos que nutrían el lago se desbordaron y la presa cedió en mitad de la noche. Con gran fiereza, el agua arrastró consigo todo cuanto halló a su paso hasta el fondo del lago. Sin embargo, la sed de venganza de Anne Marie no quedó saciada.
Años después, se construyó un nuevo pueblo sobre las ruinas de aquel. Varias personas desaparecieron en misteriosas condiciones, sin que jamás se volviera a saber de ellas. Por eso, cada vez fue menor el número de gente que acudía a visitar la horca de Anne Marie, y así, el negocio del que vivía el pueblo se arruinó.


Nunca pudieron averiguar qué había sido de Noah Moore, cuyos restos yacerán en el fondo del lago para siempre. 

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