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Batalla por el Olimpo: El Torneo

Hace mucho tiempo, en una universidad muy, muy lejana, cinco personas coincidieron en la misma clase del Grado de Español: Lengua y Literatura. Tenían muchas cosas en común: Ávidos lectores desde pequeñitos, les gustaba escribir, adoraban la fantasía y la ciencia ficción... En definitiva, una panda de frikis cuyas rarezas encajaban como las piezas de un puzzle .  Un buen día, de esos en los que se está tan a gusto en la cafetería de la facultad que no apetece ir a clase, Sandra  nos dijo esa frase mágica que da inicio a todas las grandes aventuras: He tenido una idea.  Nos gustaba escribir, nuestros gustos eran muy parecidos, la idea tenía MUY buena pinta... ¿qué podía salir mal? Quiero decir, ¿quién puede resistirse a este aesthetic ? Así es como nació Batalla por el Olimpo , un proyecto que por aquel entonces ni imaginábamos lo titánico que iba a hacerse. Terminamos la novela, la corregimos sin matarnos los unos a los otros en el intento y, a pesar de ello, nos juntamos para escribir
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Legado

  A finales de 2021 decidí presentarme a una convocatoria de relatos sin ninguna pretensión más que demostrarme a mí misma que podía hacerlo, que las musas de la escritura no me habían abandonado. Poco podía imaginar entonces la increíble aventura a la que me conduciría esa decisión.  Conocía de antemano la anterior antología benéfica de Tessa y Cometa,  Renacer , obra que por desgracia ya está fuera de mercado, pero que me permitió echar un vistazo al maravilloso trabajo que hacen. Con todo, tengo que decir que vivirlo desde dentro ha sido una experiencia incluso más emocionante de lo que esperaba.  Legado es una antología que recoge poemas, relatos y microrrelatos dedicados a nuestros mayores. La heterogeneidad de temáticas y estilos podría hacer pensar que nos encontraremos con un collage multiforme en el que las piezas no acaban de encajar, pero os aseguro que nada más lejos de la realidad. A pesar de las diferencias, en esta antología encontra

He aprendido

He aprendido que la felicidad son pequeñas rachas de sol en medio de la tormenta. Que nadie puede prometerte la felicidad eterna. Que a veces te enfadas con los que más quieres, y no pasa nada. Que no hace falta que estés siempre de acuerdo con alguien para quererlo con locura. He aprendido que igual que decimos hola, también hay que decir adiós. Que a veces cuando pierdes, ganas; y a veces cuando ganas, pierdes. Que no pasa nada por fracasar. Que a veces simplemente hay que intentarlo una vez más. He aprendido que el dolor pesa menos en compañía, pero que hay caminos que hay que recorrer solo. He aprendido que allá donde vaya siempre llevaré conmigo las huellas de quienes creen en mí, y también las de los que no. He aprendido a no buscar explicación a ciertas cosas, a simplemente aceptarlas como vienen. Otras, he aprendido a cuestionarlas. También he aprendido que la vida está hecha de continuas contradicciones, de nuestras historias, de las historias de

Caminos

Es increíble cómo un simple instante puede desbaratar tantas cosas, y de repente te encuentras recogiendo fragmentos de partes de ti que ni sabías que se habían roto. La vida es una constante de caminos oscuros, palpitaciones de gritos que no alcanzan el silencio de los vacíos. La vida se compone de palabras, de las que han sido dichas y de las que no. De las que tal vez algún día lleguen a pronunciarse. Y de muchos "tal vez", esos cochinos quizás de la vida. ¿Cuántas almas han desgarrado? ¿Cuántos imperceptibles vacíos ha dejado la duda carcomedora? Resulta increíble como una decisión que puede parecer tan pequeña, tan insignificante, puede arrojar luz o hundirte en la oscuridad. Una cómoda oscuridad, en la que nadie te ve y crees que nada te daña, y de la que no obstante sabes que debes salir, pero no puedes. Los caminos hay que andarlos paso a paso, para que la luz de nuestros quizás no nos ciegue, para que alcance a mostrarnos la senda hacia

Grietas

Grietas. El mundo estaba lleno de grietas. Las encontraba por todas partes, cada vez más numerosas, cada vez más profundas. Muchas veces no podía evitar hurgar en ellas, y en la mayoría de ocasiones se arrepentía de haberlo hecho. Había recorrido aquel mundo de parte a parte, asegurándose de que verdaderamente estaba sola. Lo prefería así. Cuando encontraba a alguien surgían más grietas, y entonces debía volver a empezar. Cada mañana llenaba su cubo de estrellas y trataba de rellenar las grietas con ellas. Pero a veces eran demasiado grandes, demasiado pesadas para contener un universo. Algunas veces trabajaba hasta la noche. De pura frustración, muchas veces había desahogado su rabia golpeando aquellas grietas, aunque ello implicara que se abrieran más. A veces se dejaba caer, agotada, y deseaba que hubiera alguien allí con quien poder hablar, pese al riesgo de crear nuevas grietas. Pero enseguida se hacía entrar en razón y se repetía a sí misma que nadie

La torre del dragón

El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho, casi al mismo ritmo al que los cascos de su caballo levantaban la polvareda del camino. A lo lejos podía ver su destino: una antiquísima torre, construida con grotescos sillares de piedra que con el tiempo se habían convertido en el asidero de toda clase de plantas trepadoras. Llevaba toda su vida preparándose para aquel momento. Había entrenado hasta sangrar, había estudiado hasta caer rendido sobre las pilas de libros. Estaba convencido de que, al fin, sus esfuerzos se verían recompensados: Él era el elegido. Mientras la torre se agrandaba frente a él, podía oír en su cabeza los vítores que le dedicaría la gente del pueblo cuando regresara victorioso. Porque iba a regresar, de eso no le cabía duda alguna. Allí donde tantos otros habían fracasado, él hallaría la gloria. Al fin, llegó al pie de la fortaleza. Por su tamaño bien podría albergar un castillo entero en el interior de aquella única torre. Repasó mentalmente todo cuan

Engranajes (Microcuento)

Era una chica peculiar, como cualquier persona. Sonreía cuando se cruzaba con un gato negro, pasaba siempre por debajo de las escaleras y se aseguraba de romper un espejo al menos una vez cada siete años. Nunca jugaba ni apostaba en nada que dependiera del más puro azar. Aquella chica no creía en una suerte o en un destino determinados. A fin de cuentas, ¿quién era nadie para dirigir el rumbo de su vida? Ella hacía su propio camino, piedra a piedra, y construía su propio destino, letra a letra. Y todo comenzó como comienzan las grandes historias, con una simple frase en un libro: “solo podemos elegir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado.” Esas palabras se acomodaron en lo más profundo de su ser y la acompañaron toda la vida, recordándole que no podía ser el motor que moviera todo el mundo, pero sí podía ser el que moviera el suyo propio, que era uno de sus engranajes. Tenía la capacidad de lograr todo aquello que se propusiera, porque tenía una inquebrantable fe en sí misma