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La pluma dorada

Esta es una historia que empecé hace tiempo y me he encontrado hoy por casualidad. Estaba inacabada, por lo que he puesto la guinda al pastel y aquí la dejo para que, como de costumbre, podáis disfrutar leyéndola tanto como yo escribiéndola. 
Un abrazo:
Irene.




Cuentan que en un pequeño pueblecito había una casa en la que vivía un joven escritor cuyo jardín era famoso en todo el ducado por ser uno de los más bellos. Él decidió ir un año de visita a su ciudad natal para pasar allí las navidades y, una fría noche de lluvia, apareció con un bulto entre los brazos. Comenzaron a correr rumores sobre el bebé, que si era de una antigua esposa, que si era de un romance, que si su madre sería una muchachita de vida alegre...Pero el escritor nunca reveló la identidad de la madre de la pequeña, ni la procedencia de ésta.
Transcurrieron cuatro años, y la joven Violeta se convirtió en la niña más querida del pueblo. Pasaba las mañanas en el jardín, muchas veces tumbada entre las flores, acariciando con la mano sus suaves pétalos hasta sumirse en un tranquilo sueño. Al llegar la hora de la comida, la niñera se volvía loca buscándola, hasta que el escritor bajaba al jardín y la llevaba en brazos hasta el comedor. Pero llegó el día en que el duque mandó llamar a todos los varones mayores de edad a filas, y el pobre hombre no tuvo más remedio que dejar a su hija a cargo de la niñera y partir. La última imagen que Violeta tuvo de su padre fue de su caballo galopando por el embarrado camino tras una cortina de lluvia. Un tiempo después llegó un mensajero anunciando su muerte.
Durante un mes entero, Violeta se negó a salir de su habitación, ni siquiera para comer. Pronto, la casa pasó a estar en venta y Violeta fue acogida por los vecinos,  que eran íntimos amigos de su padre. La mansión se fue deteriorando y con ella el jardín. No tardó en llegar una señora, curandera en el pueblo vecino, que la compró. Al enterarse, Violeta vio su oportunidad de volver a casa y le contó su historia a la mujer. Con el permiso de sus tutores, la amable señora, compadecida, decidió contratarla como aprendiz. Era una completa satisfacción abrir los ojos todas las mañanas y ver que estaba en su habitación, con su cama, sus juguetes...No obstante, luego bajaba corriendo al salón y encontraba a su nueva maestra en el lugar donde antes estaba su padre y la cruda realidad la golpeaba en la cara.
El jardín había quedado destruido, ya que llevaba varios años sin ser cuidado por nadie. Las plantas se habían asilvestrado, pero tras aquel verano de sequía había acabado por marchitarse. Violeta solía pensar que había muerto con su padre.
Cuando la muchacha cumplió catorce años, la señora tuvo que ir a la ciudad para atender a un paciente y dejó a la joven al cuidado de la casa. Violeta subió a la biblioteca, donde su padre guardaba los libros, y se sentó a leer. Había cerrado la puerta con llave el mismo día que tuvo que irse a vivir con los vecinos y la había guardado desde entonces, impidiendo así que la señora entrara en la estancia y la modificara. La chica pensaba que allí era donde estaba el alma de su padre, entre aquellas viejas páginas que crujían con un dulce susurro cada vez que las pasaba.
Entonces, sucedió. Cuando Violeta fue a dejar el libro que estaba leyendo, descubrió que algo brillaba en el fondo de la estantería. Metió la mano para investigar y descubrió que se trataba de una preciosa pluma de pavo real dorada. La cogió y, emocionada, comenzó a escribir con ella. Comprobó que la maravillosa pluma no precisaba de tinta alguna. Cerró los ojos y formó en su mente una imagen del jardín, de lo que fue y de lo que pudo haber sido, lo describió milímetro a milímetro y, cuando terminó, enroscó el folio alrededor de la pluma y lo escondió en el cajón del escritorio. A la mañana siguiente la despertaron los gritos de su maestra: En el jardín había brotado una flor entre la seca hierba. Violeta pensó que había sido un regalo de su padre, que de ese modo le hacía saber que siempre estaría a su lado.
La noche siguiente, el jardín estaba cubierto de flores. Emocionada, salió tan deprisa de la habitación que por poco tropezó con las escaleras. Pasó toda la mañana en el jardín, impregnándose de aquel dulce olor que creía que no volvería  a percibir. La imagen de su padre se materializó en su mente, pues él pasaba tanto tiempo en aquel lugar que el aroma ya formaba parte de su persona.
Y así, Violeta regresaba a la biblioteca, cerraba la puerta con llave y volvía a escribir con aquella maravillosa pluma hasta que se quedaba dormida. Y el jardín cada día florecía más y más. La muchacha podía volver a tumbarse sobre la hierba y  acariciar los suaves pétalos de las flores.
Un día recordó aquel perrito que tenía cuando era muy niña. Se le ocurrió que tal vez la pluma, si podía devolver el jardín a la vida, podría traerlo a él también.
Y así se puso a describir a su perro con la esperanza de que diera resultado. Y así fue, a la mañana siguiente en el jardín encontró al can, pero descubrió que no podía sacarlo de éste. Era como si aquel jardín se hubiera convertido en un mundo paralelo, alejado de la realidad.
Siguió describiendo todas las cosas que echaba de menos de su antigua vida. Describió su casita de madera, aquella que su padre le construyó cuando era niña.Se quedaba allí horas y horas. De no ser porque la noche inundaba las flores, seguramente no se acordaría de volver a la casa. Pero sucedía algo extraño. Hacía mucho tiempo que Violeta no veía  a su maestra. Desde aquella mañana en que descubrió las facultades de su pluma, no había vuelto a verla, y sólo oía su voz como si estuviera en otra habitación.
Fue una mañana de escarcha en el cristal cuando al entrar en la habitación de la mujer se percató de que ésta había hecho las maletas. No había sido cosa de un solo día, pues la estancia, cuyas estanterías se hallaban repletas de libros y viejas fotografías, estaba ahora vacía. Tan solo quedaban unas ajadas maletas sobre el desnudo colchón a cuyo alrededor había comenzado a acumularse el polvo. ¿Dónde estaba la señora?
Violeta la llamó hasta que su voz apenas sí podía alzar a ser más allá de un susurro. La buscó hasta que ya no quedó un solo resquicio en toda la casa en el que la niña no hubiera investigado. Y, ya completamente convencida de que la señora se había marchado sin siquiera despedirse, Violeta regresó a la biblioteca, desconcertada, dolida, incapaz de imaginar qué había podido suceder para que la señora se hubiera marchado de aquella forma.
Pensó que si escribía con su pluma dorada una descripción de la mujer, ésta volvería. Y así lo hizo. Tal como ella esperaba, al tiempo, quién sabe si fueron horas o días, escuchó la puerta de la calle abrirse. Como un tornado bajó las escaleras de dos en dos, pero no logró ver a nadie. Quizá hubiera sido el viento.
Violeta se sentía terriblemente sola. Se sentaba durante horas frente al viejo escritorio de madera de su padre, con la pluma en la mano, mirando fijamente un papel en blanco sin que se le ocurrieran palabras con las que inundar su superficie. Y en aquel momento de profunda desazón, el recuerdo de su cariñoso padre acudió a su memoria. Recordó también lo que había pasado con su perrito, y se preguntó si sucedería lo mismo con su padre.
Sonrió con nostálgico cariño mientras lo describía con suma precisión. Cuando hubo terminado, dobló el papel, lo metió en el cajón y bajó corriendo al jardín.
Debió de quedarse dormida entre las flores mientras esperaba, porque despertó sobresaltada al escuchar los ladridos de su perro. Pero no eran ladridos de enfado, sino de alegría. Como un resorte la muchacha se incorporó y corrió a abrazar a aquel hombre al que el can saludaba. Dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas, acurrucada en el regazo de su padre, hasta que sus ojos quedaron secos y al fin, entre sollozo y sollozo, pudo articular alguna palabra de dicha. Pero se percató de que su padre la observaba con tristeza. ¿Qué le sucedía? ¿Acaso no se alegraba de verla?
Y de pronto, comprendió. No fue nada que su padre le dijera, pues el hombre no había pronunciado palabra alguna. Tampoco se trataba de algo que ella hubiera visto, sencillamente, fue como si de pronto la bombilla se encendiese. De repente sabía aquello de lo que siempre había sido consciente pero de lo que no se había querido dar cuenta hasta el momento.
Y entonces escuchó sonidos en la casa, y vio a un hombre trajeado acompañar a un matrimonio anciano por todas las habitaciones. La pareja parecía estar realmente interesada por la historia que el hombre de la inmobiliaria les  estaba contando, pero para Violeta aquella narración no hizo sino confirmar sus temores.
"Fue aquí en la biblioteca. La antigua dueña tuvo que derribar la puerta para conseguir entrar y la encontró tendida sobre el escritorio. Al principio parecía estar dormida, pero cuando se acercó un poco más se dio cuenta de que no respiraba. En su puño, apretado con fuerza, encontraron un papel completamente en blanco."
No se sentía triste, tampoco sorprendida, aunque hubiera sido lo normal. Ni tan siquiera estaba un poquito asustada. Simplemente, se volvió hacia su padre, que le tendía una mano a la que se aferró y juntos regresaron al jardín.
De la pluma dorada nadie más volvió a saber. Violeta tampoco regresó a buscarla, pues ya tenía todo cuanto deseaba. 

Irene, 2010-2012.


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