Echo de menos sumergirme entre las páginas de un libro y surcar los océanos de la imaginación con duendes, trasgos, hadas y algún que otro dragón... Mi pluma espera fervientemente poder empezar a rasgar los bosquejos de una nueva historia. Imaginación, ¿a qué lugar me llevarás esta vez?
Empezar una nueva historia es como llegar a un lugar por primera vez. Todo te llama la atención: los árboles, los edificios... Descubres nuevos paisajes, nuevos países, con sus imponentes fortalezas, con sus campechanos aldeanos...
Pero lo mejor de todo, es conocer a los personajes. Porque nunca están definidos del todo, a medida que avanza la historia vas descubriendo nuevas características sobre ellos y al final, te son tan queridos como un miembro más de tu familia. Y en cierto modo para mí lo son.
Son mis hijos, mi creación, han salido de ese recóndito lugar de mi mente en el que solo yo vago y al que solo yo sé llegar. E incluso para mí, al principio son perfectos desconocidos.
Las formas en las que se presenta una nueva historia son curiosas. Para mí es como si siempre hubiera estado ahí, esperando pacientemente a que mi camino me condujera hasta el baúl en el que está encerrada, lo abriera y comenzara a admirar su interior, maravillándome con sus tesoros. Aparecen de repente, normalmente a través de los sueños, pero a veces también surgen cuando estoy mirando un árbol cuya forma tosca y retorcida me inspira en la belleza de su imperfección. Nunca estoy muy segura de cómo acabará esa nueva historia, o a dónde conducirá el camino a mis personajes, pero sigo escribiendo, porque ardo tanto en deseos por averiguarlo como los fervientes lectores que algún día espero, deseo tener.
Supongo que parte de esa pasión que me embriaga cuando me encuentro frente a una hoja de papel en blanco con una pluma en la mano se debe a que, de algún modo, encuentro similitudes entre escribir una nueva historia y la vida.
¿Pues acaso no es eso la vida? No sabes a dónde te va a llevar, no sabes cómo acabará, pero sigues escribiendo, sigues leyendo las líneas de tu historia, porque ansías saber qué te deparará el futuro, incluso aunque a veces se presente misterioso o incluso pueda llegar a dar un poco de miedo. Y en el camino conoces nuevos lugares, nuevos personajes que se involucran más o menos en tu historia.
Sí, la vida es un gran libro abierto, y cada persona tiene su propio capítulo en él.
Pero sin duda, la parte que más me gusta de todo, es que siempre tengo el dedo corazón de la mano derecha manchado con un poco de tinta. Es un signo de quién soy, mi marca de identidad, lo que me recuerda qué es lo que fluye por mis venas, lo que me motiva y me recuerda que tengo que trabajar muy duro, pero merecerá la pena porque el premio es el más grande de todos : un sueño hecho realidad. ¿Y no es eso lo que los cuentos de hadas nos enseñan? Que los sueños se cumplen, solo hace falta confianza en uno mismo, no desfallecer ante las adversidades, porque el mundo está ahí, frente a nosotros, dispuesto a que vayamos a por él, a que demostremos de lo que somos capaces.
Y no encuentro nada que más se acerque a la felicidad que sumergirme entre las páginas de una nueva historia. Porque desde el momento en el que escribo la primera frase, ese indefinido tiempo que puedo pasarme sentada, absorta en las palabras, sin ver nada más a mi alrededor; en esos momentos, soy feliz. Nada me perturba, nada me acongoja. Soy indestructible, porque estoy en casa, a salvo, navegando por un mar cuyas olas conozco de memoria. Y eso es lo que es escribir para mí, volver a casa, a mi hogar.
No importa dónde esté, o cuánto puedan cambiar las cosas, siempre llevo conmigo esa puerta mágica que me lleva a mi mundo, a mi hogar. Y así, nunca estoy sola. Todo cuanto necesito está ahí, en mi cabeza, en mi corazón. Depáreme pues el camino lo que crea conveniente, que yo estoy preparada, armada con pluma y papel.
Porque los sueños, si no se lucha por ellos siempre serán solo eso: sueños. ¿Difícil? ¿Imposible? Os diré algo: "Soy capaz de creerme seis cosas imposibles antes de desayunar", ¿y vosotros?
Irene, 2012.
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