Ir al contenido principal

Una balada para Tony


Cierro los ojos y respiro hondo. Por muchas veces que lo haga, la sensación no cambia. Ese nerviosismo contenido, las ganas de salir ahí fuera y darlo todo. Pero  hoy hay algo diferente, y me temo que siempre lo habrá. Frank me aprieta el hombro antes de salir y ocupar su posición.
Miro el lugar vacío iluminado por la tenue luz de un foco triste, donde sobre una silla descansa su bajo, el de Tony. Me muerdo el labio. Hace poco más de una semana discutíamos. Él quería hacer algo “nuevo”, yo quería seguir fiel a nuestro estilo.
Tony se había enamorado, eso lo notamos todos desde el primer día que entró en el local silbando una canción romanticona, de esas que a mí me suenan todas iguales.
Todos habíamos cambiado mucho desde aquellas tardes en el garaje de Frank, sacando de quicio a los vecinos con nuestro “ruido”. Sin embargo, aquel cambio en Tony fue notable.
Frank lo sabía, incluso Billy, que parece estar en otro mundo el noventa por ciento del tiempo, pero yo no escuché a ninguno de ellos. Sólo me enfadé, sólo critiqué el pop y defendí nuestro estilo punk. Ojalá los hubiera escuchado, sólo por una vez. Pero le grité, grité a Tony, me enfadé con él, con mi mejor amigo. ¿Cómo pude ser tan fría?
Comprendí demasiado tarde. Me gustaría volver al pasado, pero no puede cambiarse lo que ya se ha hecho, sólo tenemos el presente.
Abro los ojos y me preparo para salir al escenario una vez más. Dejo que los vítores del público me abracen mientras avanzo hasta mi posición en la penumbra del escenario. Me planto frente al micrófono y lo arranco de su base, alzando un puño en el aire. Contengo las lágrimas mientras el foco me dispara en la cara y comienzo a cantar. Dejo que la voz fluya clara y sincera. La imagen de Tony me asalta como un fantasma. Tumbado en la bañera, parecía estar dormido, pero los botes de pastillas para dormir desperdigados por el suelo me recuerdan la triste realidad. Lo siento Tony, debería haberte escuchado, sólo por una vez.
Mis sentimientos explotan de rabia y fluyen por mi voz. La guitarra de Frank y la batería de Billy irradian la misma fuerza. Sin embargo a esta canción le falta un bajo, igual que a nuestros corazones. No estamos acostumbrados a tocar este tipo de música, pero esta canción no es una de esas que suenan en la radio. Es su canción, la balada que compuso Tony para mí. Aprieto la mano en torno a la base del micrófono. Mientras sigamos interpretando esta canción, Tony seguirá vivo.

A día de hoy, tenemos un nuevo bajista, y aunque Peter es bueno,  siempre excluimos el bajo de la única balada de nuestro repertorio. 
Irene, 2013.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Un libro . . . un sentimiento

Los buenos libros deben tener una gran frase inicial, que encandile, enganche y haga que el lector desee llegar a las siguientes páginas, por eso me gusta pensar que un libro es como la vida misma. Cada momento importante debe tener un gran comienzo, que nos haga ansiar conocer qué nos deparará el futuro. Nunca me había parado a pensar en ello, pero se puede decir sin exagerar que antes de aprender a escribir, ya creaba historias. Me encantaba inventarme mundos que solo yo conocía, personajes que vivían toda clase de aventuras… Gracias a esas historias, en mi infancia viví muchas vidas diferentes, visité lugares en los que nadie había estado y conocí tantas personas que ya no recuerdo sus nombres. Son muy pocos los que entienden el sentimiento que te embarga cuando juntas una hoja en blanco y una tormenta de imaginación. Unas lo consideran aburrido, otras, hermoso y a algunas les parece curioso, pero realmente es difícil explicárselo alguien que no lo ha sentido. Un ...

El secreto de las perlas

En algún lugar del mundo, en el fondo de un inmenso océano, hubo una vez una ostra que de entre todas sus hermanas fue la única que engendró una hermosa perla. Desde bien pequeña fue alabada, y una y mil veces su ostra le repitió que era especial, pero lo cierto es que aquella perla observaba al resto de ostras día y noche, y el vacío que en ellas contemplaba impregnaba su alma de soledad. Pues si bien era única, para la nívea canica eso significaba que no había nadie más como ella. ¿Cómo podría entonces terminar por comprenderse a sí misma? Sucedió que un día cualquiera la perla decidió que llenaría su vacío viajando, y así rodó por todo el océano, conociendo peces y algas de los cuales aprendió grandes cosas, pero ninguna de aquellas experiencias logró completar ese "algo" inmaterial, que aún no pudiendo verlo ni tocarlo, sentía como mil dagas deformando su lisa y brillante superficie. Y así se cansó de buscar. Decidió detenerse junto a un arrecife, y co...

Un tesoro de cristal

Lo voy a confesar: yo soy una de esas personas que llora y ríe con los libros, soy una persona que vive con los libros. Y no podría sentirme más orgullosa de esa parte de mí, por ridícula que pueda parecer a otras personas. Esa parte de mí es un tesoro de cristal en mi interior, frágil y bello. Adoro sumergirme en los libros, amo el tacto de sus páginas bajo mis dedos, el cómo a veces pueden apreciarse las débiles hendiduras de la tinta. Su olor, el olor de los libros nuevos, que es una promesa, y el de los libros viejos, que cuenta una historia por sí solo. Y, aunque quienes aparezcan en esas páginas no sean reales, para mí viven y respiran en ellas. Adoro la ficción porque en ella encuentro mucha más realidad que en cualquier otra parte. En los libros la naturaleza humana, las emociones y los sentimientos se hallan al descubierto, esperando que algún lector piadoso las examine y se maraville con todo lo que pueden llegar a contener, y a cambio ellos le entregan otros muchos n...