Jason se removió
en la silla, inquieto. El policía charlaba tranquilamente con su compañero,
manteniendo la puerta entornada. Trató de rebobinar sus pensamientos hasta el
momento en el que se había metido en aquel lío. Sintió un escalofrío al
recordar la macabra sonrisa de Steve cuando les retó a robar aquel coche. Nadie
más se había movido, pero él quería impresionarlo y, sobre todo, hacerse
respetar. Qué estúpido había sido. En cuanto las luces rojas y azules doblaron
la esquina acompañadas de la característica sirena, los demás salieron
corriendo, dejándole con la palanca entre las manos. Pero no estaba enfadado
con ellos, contra quien sentía rabia era el propietario del coche, que pese a
que éste no había sufrido el más mínimo rasguño, había puesto la denuncia. Ni
siquiera había llegado a desbloquear la puerta, pero el hombre estaba histérico
y poco más y reclamaba su cabeza. Le había insultado de todas las formas
posibles y no estaba dispuesto a disculparse, aunque eso supusiera su libertad.
Lo único que lamentaba era que el policía lo hubiera apartado antes de que pudiera
propinarle otro puñetazo. Ahora él era un héroe para sus compañeros y no tenía
que justificarse ante nadie.
Sin embargo,
todas estas convicciones se esfumaron en el momento en el que vio a su madre
entrar en la sala, con los ojos enrojecidos de llorar, ahogando un sollozo
mientras su padre la rodeaba con el brazo. Era la primera vez que lo veía tan
sobrio desde que lo habían despedido del trabajo. Se sentaron en las sillas que
estaban a cada lado de la suya, mirando de reojo las esposas que apretaban las
muñecas de su hijo. Normalmente, se las hubieran quitado al dejarlo en la sala
de interrogatorio, pero los policías no habían tenido más remedio que
dejárselas puestas, pues el muchacho se había revuelto contra ellos al entrar
en la comisaría. Ni siquiera había querido aceptar la bebida que le había
ofrecido el policía mientras esperaban a sus padres. No quería estar allí y, lo
más importante, no quería que les informaran a ellos de lo que había hecho. Una
decepción más que añadir a la lista era más de lo que podía soportar.
La voz de su
padre preguntando por qué estaba su hijo esposado sonaba como un eco lejano. Él permaneció en silencio,
sin apartar la mirada del policía mientras éste explicaba pausadamente cómo se había
revuelto contra los agentes. Jason mantenía una pose desafiante, pues no quería
mostrar debilidad ante aquel hombre, pero una extraña sensación empezaba a
aflorar en su estómago. Su padre no añadió nada, pero tampoco fue necesario.
Con los responsables del muchacho allí, el policía consideró que efectivamente
ya no eran necesarias las esposas y se las quitó de mala gana, aunque se
mantuvo alerta para intervenir con rapidez si fuera necesario. Éste se frotó
las muñecas doloridas y se recostó en la silla con socarronería.
Trataba de
mantener un aspecto exterior sereno, como si lo que estaba pasando a su
alrededor no fuera con él, pero en su cabeza no paraba de dar vueltas a qué iba
a decir cuando el policía comenzara leer el informe cuyas hojas no paraba de
sacudir frente a él. Estaba intentando ponerlo nervioso, que se viniera abajo y
lo confesara todo, pero no pensaba darle ese gusto. Pensó en sus amigos,
reunidos en la vieja caseta de Steve, comentando lo valiente que era por estar
allí enfrentándose a la autoridad, admirando su rebeldía. Porque aquello era lo
que estaban haciendo, ¿verdad? Tragó saliva. Por algún extraño motivo que no
alcanzaba a comprender, en su cabeza la versión de los hechos estaba comenzando
a distorsionarse. De pronto ya no se veía como un fiero león ante su presa,
sino como un gatito asustado buscando un lugar en la manada desesperadamente. El
agente carraspeó e involuntariamente el chico se cuadró en la silla.
Normalmente era
su madre la que daba la cara por él cuando se metía en algún lío, pero nunca la
había visto tan desconsolada, incapaz de hablar siquiera. En aquella ocasión
era su padre quien manejaba la situación, escuchando al policía mientras les explicaba
a qué cargos se enfrentaba el muchacho. No le gustaba la versión que de él estaba
dando frente a sus padres, la de un delincuente, la de un descarriado
irrespetuoso. Él sabía perfectamente que no era el monstruo que estaba descrito
en aquel informe, sin embargo, su padre permanecía tranquilo, escuchando
atentamente y con el semblante serio todo lo que le iban relatando, asintiendo
cuando la situación lo requería. Por primera vez en mucho tiempo, el muchacho
vio en aquel hombre a su padre, a su verdadero padre, y no a aquel personaje
que llegaba borracho como una cuba a casa después de otro día más habiendo
acabado en el bar tras un nuevo intento fallido de buscar empleo. Se sorprendió al
descubrir que sentía respeto hacia el hombre que se sentaba a su izquierda.
Hacía un año que no recordaba la admiración que le inspiraba su padre.
Comprendió de pronto lo perdido que se había sentido sin su guía, sin su
experto consejo.
No quería
decepcionar a aquel hombre que tanto había sacrificado por su bienestar. Por
eso saltó contra aquellas acusaciones que faltaban a la verdad. Lleno de rabia,
dijo que el propietario del vehículo había insultado a su madre, que le había
arrebatado la palanca y había intentado arrearle con ella, motivo por el cual
él le había propinado un puñetazo. La rabia le consumía y se dio cuenta de que
estaba gritando y parecía a punto de abalanzarse contra el policía, cuando su
padre se levantó de la silla y lo obligó a sentarse de nuevo, pidiéndole que no
empeorara las cosas. Recordó la cara enrojecida del hombre mientras le gritaba
improperios, haciendo elucubraciones sobre su persona como si lo conociera de
toda la vida. Su madre recogió con el pañuelo unas gruesas lagrimas que se habían
fugado de sus ojos.
El agente se
aclaró la garganta antes de volver a dirigirse a ellos para pedirle su versión de
los hechos. El muchacho permaneció en silencio. Ya no estaba seguro de qué
había pasado, pero no quería convertirse en un chivato, no estaba dispuesto a
vender a sus amigos. Además, Steve tenía antecedentes, y si le pillaban en un
lío como aquel volvería al correccional, no podía permitir aquello, aunque
empezara a poner en duda su amistad con él. La adrenalina del momento había
empezado a desvanecerse, y los recuerdos se volvían borrosos y confusos, pero
había una imagen nítida y clara: la de Steve gritándole, haciendo girar su
navaja sobre los dedos, retándole a que se acercara y robara aquel coche. En
aquel momento había visto en ello una oportunidad para demostrarle a Steve
que no era ningún blandengue, que tenía lo que había que tener. Se había
sentido muy valiente dirigiéndose hacia el coche con una palanca en la
mano, pero ahora se veía ridículo, porque ahora recordaba la risa cruel de
Steve, que palmeaba mientras los demás exclamaban “¡Lo va a hacer! Menudo gilipollas.”
Apretó los puños, frustrado. Tenían razón, no era ningún héroe, sólo se había
asustado cuando Steve había empezado a limarse las uñas con la navaja. Era la
primera vez que se veía a sí mismo como un perro faldero, posiblemente por el
ambiente reinante en la sala. Hasta aquella noche sus acciones no habían sido
más que simples gamberradas en el instituto, pero ahora estaba metido en un lío
de verdad, y sus colegas lo habían dejado tirado. Sin embargo, permaneció en
silencio, sin comprender muy bien si lo hacía por lealtad o por no saber muy
bien qué decir. El policía suspiró, y por un momento al joven le pareció
decepcionado. Estaba a punto de decirle algo, cuando otro agente llamó a la
puerta, entrando y susurrando acto seguido algo al oído de su compañero. Éste esbozó
una disculpa y salió precipitadamente de
la estancia, dejando a la familia a solas.
La voz de su
madre los pilló a ambos desprevenidos. El chico se arrebujó en la silla,
incómodo. Era la primera vez que la veía dirigirse a su padre con aquella
dureza, la primera vez que la veía tan enfadada y que daba muestras del
cansancio que llevaba arrastrando desde que había tenido que hacer doble turno
para poder pagar las facturas. Siempre se había mostrado comprensiva y
paciente, pero nunca había dado muestras de cómo se sentía realmente. Ni siquiera gritaba
a Jason cuando volvían en coche del instituto después de haber tenido que
abandonar el trabajo para ir al despacho del director. Durante aquel año, se
había mostrado tan tierna y dulce como siempre, siendo la sonrisa reconfortante
que los aliviaba a ambos al llegar a casa tras un duro día. Nunca había visto
discutir a sus padres, ni en las situaciones más crudas en las que cualquier
otra pareja lo habría hecho. Su matrimonio se sostenía sobre una
comprensión tácita, un lenguaje de gestos, de miradas y de silencios que nadie
más entendía. Ver discutir a sus padres tan seriamente por primera vez, ser
testigo de cómo su madre les soltaba las verdades que ninguno de los dos había
querido admitir, hizo que el corazón se encogiera en su pecho.
Entonces, todo
estalló. Su madre pronunció aquella palabra que jamás creyó que escucharía de
sus labios: divorcio. Pero ella no quería abandonar a su padre, eso podía verse
a la legua en el infinito cariño con el que lo consolaba cada vez que éste se
derrumbaba en llanto en el salón. Comprendió que si lo hacía era por él, por su
culpa. Quería protegerlo, y se había dado cuenta de lo mismo que se había
percatado él al ver a su padre dialogar con el policía: Lo mucho que echaba de
menos la referencia que éste solía ser para él. Todos los presentes en la sala
sabían que hacía falta un cambio, y sólo su madre se había atrevido a proponer
algo para lograrlo. Pero aquella solución no era justa, y el muchacho lo sabía.
El cambio era necesario, sí, pero debía salir de él mismo, no estaba bien que dejara que otros hicieran sacrificios por él… ¿o sí?
Se llevó las
manos a las sienes, que latían con insistencia, tratando de ordenar los pensamientos
que enredaban su mente. Su padre estaba a punto de replicar, pero en aquel
momento el policía regresó y la discusión quedó suspendida, aunque la tensión
era evidente. Se sentó con parsimonia
frente a ellos y comentó que el propietario del vehículo había decidido retirar
la denuncia por agresión, dado que había admitido que fue él quien provocó al joven
y que éste sólo había actuado en defensa propia. Pero él no quería escuchar más
a aquel policía. Intentaba concentrarse, intentaba pensar qué era lo correcto. Entonces,
una palabra rescató su atención: Steve. Alzó la vista y contempló al agente,
perplejo.
Steve estaba en
la comisaría. Había sido descubierto robando en un supermercado poco después
del incidente del coche. Su imagen de todo el grupo reunido en la caseta de Steve
hablando de lo valiente que había sido se desmontó por completo. Después de que
se lo llevaran, habían salido corriendo y cada uno se había ido a su casa,
siguiendo con su vida como si nada. Esto lo sabía porque no era la primera vez
que Steve robaba en un supermercado. Lo hacía todas las noches, pero sólo Jason
sabía el verdadero motivo: alimentar a sus hermanas pequeñas. El padre de Steve
estaba metido en escabrosos asuntos de drogas y había muerto en un tiroteo.
Desde entonces, la familia había ido tirando como había podido, y el muchacho
se había atribuido la responsabilidad de ser el hombre de la casa. Lo descubrió
por casualidad un día que no había aparecido por la escuela. Cuando fue a
comprobar qué le había pasado, lo encontró cuidando de una de sus hermanas, que
tenía muy alta la fiebre. Entre los dos consiguieron que le bajara un poco y
sólo hasta que se encontró mejor el joven abandonó la casa de Steve para volver
a la suya. Le había hecho prometer que
no le contaría a nadie la verdad, que no echaría a perder su fachada de tipo
duro, y por eso no dijo nada mientras aguantaba el sermón paciente de su madre.
El chico sabía
que desde ese día, Steve y él eran amigos y que se había ganado su confianza.
Por eso le costaba creer lo que le estaba contando el agente. Steve nunca diría
esas cosas sobre él, nunca le definiría como un “tío loco”, y tampoco le traicionaría diciendo que la
culpa era enteramente suya, que él le había intentado detener por todos los
medios pero no lo había conseguido… ¿o sí? Según la versión de los hechos de
Steve, Jason había provocado a los demás para que robaran el coche, con una
conducta violenta, amenazándolos con una navaja. Los recuerdos se volvieron
nítidos de repente: no era él quien sostenía aquella navaja, ese había sido
Steve. Pero ¿por qué lo colocaba a él en el papel del malo? No lograba entenderlo. La mente de Steve
siempre había sido retorcida, pero nunca había tenido problemas para
comprenderla.
El policía le dio un ultimátum, añadiendo a
aquella declaración la condena a la que se enfrentaba. Para Jason esa situación
no podía parecer más surrealista. Ni siquiera había logrado desbloquear la
puerta del coche y no tenía antecedentes. Entonces, la bombilla se le encendió.
Steve le estaba dando una lección, a su manera. Sonrió, sorprendiendo a todos
los presentes. El policía comenzó a gritarle, interpretando aquella sonrisa
como un desafío, pero nada más lejos de la realidad. Jamás hubieran descubierto
a Steve infraganti, tenía demasiada experiencia como para eso. Lo había hecho
adrede para que lo llevaran a la comisaría y allí, su amigo le había dado lo
que quería, lo había colocado en su puesto, de tal forma que ahora comprendía
lo que quería decirle: que no fuera igual que él, que no tirara su vida por la
borda por un error. Que dejara de protegerle. La sonrisa se le torció en el rostro y se vino abajo,
confesándolo todo.
Contó cómo había
llegado a casa enfadado después de una de las regañinas de su director, cómo
había cogido una de las botellas del minibar y se la había
llevado en la mochila, cómo se había reunido con sus amigos y, bromeando sobre lo ocurrido mientras vaciaban la botella,
habían decidido gastarle una broma al director. No omitió ningún detalle, Steve
se hubiera enfadado mucho con él de haberlo hecho. Entre risas, habían pensado
en dejarle una bomba fétida en el interior del coche. Así que fueron a su casa,
pero, una vez allí, ninguno se había atrevido a hacerlo realmente. Confesó
haber deseado ser como Steve, que parecía no tener miedo a nada, y vivir al
margen de la propia vida. Por eso había
querido ir al coche, había querido demostrar que era tan valiente como él.
Recordó la voz de Steve, gritando su nombre. Había cogido la palanca y había
comenzado a moverla delante del coche, fingiendo abrir la puerta. Pero el
alcohol no le permitía apuntar con precisión, y ni siquiera había llegado a
rozar el vehículo. Entonces, había oído la sirena de policía y había acabado
metido en aquel circo surrealista. Ahora que era consciente de todo, se sentía
muy estúpido. Maldito Steve, siempre acababa dándole una lección.
El policía, que
había estado cogiendo notas durante toda la confesión, le tendió los papeles y
el bolígrafo para que la firmara, lo cual hizo tras leer lo que en ellos había escrito.
A continuación, el agente les comunicó que, dado que el muchacho carecía de
antecedentes y el incidente parecía haber sido simplemente una broma que había
salido mal y no había llegado a mayores, por esa vez podía irse a casa, aunque
tendría que pagar una multa e irremediablemente aquello constaría en su
expediente. Poco le importó esto a Jason, que se echó a llorar inundado de
alivio mientras sus padres lo abrazaban. Les pidió entre sollozos que no se
divorciaran, que no volvería a hacer una
estupidez semejante. Su padre le revolvió el pelo y le prometió que todo iría
mejor, porque aquella mañana se había apuntado a uno de los programas de A.A. Sonriendo,
abandonaron la comisaría.
Cuando estaban
saliendo, Jason vio a Steve repantigado en una de las mesas de la oficina
mientras su madre hablaba con un policía. El muchacho lo miró con preocupación
pero, por toda respuesta, Steve alzó el dedo pulgar y le sonrió. La vida les
estaba dando una segunda oportunidad para hacer las cosas bien, y ninguno de
los dos estaba dispuesto a desperdiciarla.
Irene, 2014.
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